Un delirio de óleos y acrílicos, colores y símbolos, tejidos y pinceladas. Puro contemporáneo en modo arte. Por aquí y por allá, flotan de izquierda a derecha los pañuelos. La visión disparatada de un caleidoscopio. Camina un venado articulado. Animales de profundo negro, nacidos en los confines de la tierra, amenazan descarados mientras otro se pierde en un polvo oscuro. Todo está invadido de un perfume de flores amarillas, lilas o como se quieran ver. Sin querer competir, le coquetean a esas grises sensuales que asoman del papel hecho a mano. Todo suena bien pero mucho mejor es el sonido ancestral que sale del volumen del metal. Dos imágenes blanco y negro parecen un remanso que se interrumpe cuando la inmensidad roja de retazos avanza en desafiante tela. La atracción del rojo llega a una minimalista pero contundente escultura de metal y madera que proyecta su sombra sutil. Cielos violetas, fuertes y enigmáticos preanuncian que algo va a pasar dentro de esos paisajes. Alguien insiste amenazante. Se hace imposible salir de este collage. Un insecto indescifrable, con ojos bien abiertos, pretende escapar. Aunque sin éxito, conversa con aquellos bichos de colores que se pasean tranquilos entre la pared y los acrílicos. Una pistola, un personaje en tensión. Todo tan surreal… Se huele el café salido de la Volturno……tiempo de pausa, tiempo de un café. Aparecen cabezas coloridas por aquí y por allá, vértebras de amatista iluminan el sendero. En grafito se dibujan los bosques de México enmarcados en estaño. Otros símbolos bordados esperan ser descifrados. Un arlequín danzante se mueve al ritmo del temblor. Se escapa haciendo acrobacias entre los trapecios de acrílicos y fluidos pigmentados. Personajes pop y rostros desconocidos acompañan, vuelan figuras blancas entre la arboleda. Casi como un alivio pasajero, al fondo del camino el atardecer de rojo led aparece enfrascado en el cristal. Sobrevolando el caleidoscopio, un ave de grises alas lo abarca todo, lo resume todo. En este cuento sin final o con principio o con final y sin principio, todo termina con obras desplegadas como naipes dejando atrás la blancura de la pared.