Museo del Holocausto

El siglo XX duele. Queremos creer que la Shoah fue la excepción producto de la locura, de la guerra,de fanáticos, pero ello no es totalmente cierto. Hereros y namaquas, armenios, ucranianos, judíos, gitanos, bosnios, tutsis, etc., nos dan cuenta que, en promedio, cada quince años, se han producidodiversos genocidios en el siglo XX. Hoy, como epílogo tardío del siglo que pasó, existen poblacionesenteras que sufren porque son desterradas de su tierra, esclavizadas o lisa y llanamente,exterminadas.

¿Es, acaso, que dicho tiempo fue solo la deplorable coincidencia de hombres perversos? Puede ser,pero es necesario pensar también que dichos malignos sujetos sólo pudieron actuar por lacomplicidad, o el accionar de otros hombres comunes en favor de un sistema que permitía oestimulaba la negación del otro como hombre, como hermano.

Cuando Hannah Arendt presenciaba el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén, no pudo menos queasombrarse al ver en él a alguien común, a un pequeño hombre que alegaba ser apenas un empleadoferroviario trasladando personas, cumpliendo órdenes de las autoridades legítimas de Alemania. Laradicalidad del mal, aunque cueste asumirlo, no anida sólo en hombres especiales. Se genera en cualquiera de nosotros, y reside en permitir sistemas que lo hacen posible y en separar la justicia del derecho, como nos enseñara Gustav Radbruch.

Benedicto XVI ante el Parlamento alemán sostuvo: “…Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingueal Estado de una gran banda de bandidos?”, dijo en cierta ocasión San Agustín. Nosotros, losalemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemosexperimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra él; cómo se pisoteó elderecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; setransformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar al mundo entero yllevarlo hasta el borde del abismo”.

Nos cabe formar –no meramente instruir –personas honestas,íntegras, con un profundo sentido de justicia. Esta muestra nosenseña lo cerca que está la maldad. Lo atentos que debemos estar. Que nunca debemos renunciar alo justo y a lo bueno. También nos señala que, en la mayor oscuridad de los tiempos, existen hombresque no pierden su horizonte de humanidad y aún a su propio riesgo, son capaces de ver a otro comoprójimo.

Veamos este ejemplo: el domingo 23 de agosto de 1942, sacerdotes de todas las iglesias en laarchidiócesis de Toulouse leyeron en voz alta la protesta pública de Monseñor Jules G. Salieges, arzobispo del lugar: “Mujeres y niños, padres y madres tratados como ganado, los miembros de lafamilia separados unos de otros y deportados hacia destinos desconocidos: se ha reservado paranuestro propio tiempo el ser testigo de tan triste espectáculo. ¿Por qué es que el derecho de santidadno existe más en nuestras iglesias? ¿Por qué es que somos derrotados?... Los judíos son hombres ymujeres reales. Los extranjeros son hombres y mujeres reales. No se puede abusar de ellos... Son parte de la especie humana. Son nuestros hermanos, como lo son tantos otros”.

Hagamos nuestra la oración del Papa Francisco al escribir en Auschwitz: “Señor, ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad”.

Dr. Emilio Pintos Especialista en Doctrina Social de la Iglesia (UCA)

Última fecha

dom

4

septiembre / 2016

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