Tal vez sea en la simpleza donde se encuentra la desconcertante fascinación que promueve Macedonio Fernández. La simpleza cotidiana que enuncia el deseo de ser reconocido, de ser amado. Deseos simples, negados, escondidos debajo de viejos papeles, de excusas elegantes y tontas.
Pero cada deseo de Fernández tiene su emisario, y cada emisario llega para recordarle que, a veces, los sueños solo esperan nuestra decisión de soñarlos.
Macedonio Fernández ha promovido en nosotros una desconcertante fascinación. Lejos de toda intención biográfica, hemos elegido recrear el aroma inaudito de ese posible Macedonio oral, del que nos habla Borges, que nunca escucharemos, pero podemos concebir gracias al hipnotismo de la escena. La búsqueda de esa oralidad nos ha llevado a la pieza de una pensión, que a la vez puede ser un simple baúl o el mundo entero.
En un espacio despojado, un manchón de luz abriga un inmenso baúl, de aquellos diseñados para la travesía marítima… Un anciano silente y desaliñado, que viste un sobretodo raído, sobadas pantuflas y hasta papeles de diario como abrigo, habita el objeto y sus inmediaciones… El baúl será mesa, asiento, ropero, biblioteca, cama, tribuna para el soliloquio, escondite, bañadera de Marat y, también, baúl…
Macedonio desbarata las fronteras entre la vanguardia y lo trasnochado. Sus textos son difusos, burlones tanto para con los asuntos tratados, como para con el mismo lector. Un sujeto escénico magistral…
El viejo aporrea la guitarra, pelea con la forma, intrinca el cordaje, cultiva la cifra, escribe enfebrecido, descarta despreciativo, insiste maniático, se ahoga, olvida…
Y Ella que, después de convertirse en recuerdo, permanece. Es de creer que nunca partirá…
Autor: Enrique Papatino // Actores: Jorge Capussotti, Beatriz Dos Santos, Marcelo Sánchez // Dirección: Enrique Dacal // Escenografía: Julieta Capece // Vestuario: Julieta Capece // Música: Pablo Dacal //