Cuando Manuel Belgrano creó la Escuela de Geometría y Dibujo en 1799 como secretario del Consulado de Buenos Aires, esta escuela no sólo estaba orientada a formar artistas, sino también a futuros ingenieros, arquitectos y artesanos para que pudieran optimizar el manejo del dibujo proyectual como parte de sus actividades productivas. Tenemos así, lo creativo y lo productivo fusionados y emparentados, respondiendo al molde ideológico ilustrado en el que Belgrano estaba inserto como hombre de su tiempo.Podemos resaltar dos aspectos que funcionan como fuerzas internas en esta muestra. Uno es la ficcionalización de la historia argentina. Su forzamiento, conversión al absurdo y paseo por los terrenos de la parodia, que constituye uno de los ejes principales del trabajo de Lux Lindner, pero, a la vez, el hecho de haber abordado aquí un tema de historia virreinal, período poco popular (al menos hasta ahora) funciona como perfecto complemento a este clima general enrarecido.
Segundo, el hecho de que el artista haya estudiado dibujo industrial termina resultando otro aporte significativo, que lo pone en relación directa con la Escuela de Geometría y Dibujo creada por Belgrano, con todo su fondo utilitarista y pragmático. Imaginamos un par -al menos- de Lindners virreinales, encontrando astutamente la manera de trabajar, divertirse y ser críticos con su medio al mismo tiempo. Las aulas de la Escuela vibrarían a pura ironía refrescante.
Últimas observaciones: si bien la Historia en sí misma, como disciplina científica, está construida también sobre interpretaciones mediadas sobre el pasado, es decir, que operan en ella las herramientas psicológicas epocales de quien se asoma a ese objeto de estudio, es cuando el arte aborda relatos o problemáticas históricas cuando la cosa se pone distinta.
Aquí, con la legitimidad de la licencia poética, Lindner aprovecha para jugar con personajes verdaderos y con representaciones pictóricas –los ángeles arcabuceros- metidos todos en un conflicto cultural, político y burocrático que resuena muy contemporáneo pero que, seguramente, no diferirá mucho del hecho histórico acaecido entonces. El poder y sus problemas, las tensiones (¡que término tan contemporáneo!) entre distintas fuerzas económicas y por ende culturales, la pulsión por cambiar el orden de cosas o por mantenerlo tal como está según la vereda desde la cual se esté parado, son algunos de los factores que convergen en esta muestra y que la vuelven vigente, viva, oportuna. Pero develaremos ahora la verdadera intención de esta muestra patria de un artista al que consideramos, como menos, destacado. Y ésta es que las imágenes cargadas con sentidos múltiples (eso que la modernidad llamó arte) sepan arrancarnos del achatamiento producido por los relatos historiográficos monolíticos y unívocos. Eso que la modernidad llamó historia.