Una mujer se encuentra enterrada hasta la cintura, en un montículo de tierra resquebrajada. Un hombre merodea por detrás. Igual, hay motivos, reales o no, para considerar a éste, “un nuevo día feliz”. Sus palabras la llevarán por el pasado, el presente y el futuro, siempre incierto. Un ocaso personal, social, histórico y existencial. Winnie y su espíritu estoico insistirán en seguir adelante, aunque lo que le suceda parezca una maldición.
_Los días felices_, como todas las obras de Beckett, posee un desafío particular: las acciones de sus personajes ya están trazadas de antemano y se deben cumplir a raja tabla. Fue una orden dejada por el autor ¿Es una contra para llevarla a escena o la posibilidad de descubrir un modo diferente de hacer teatro? Llegamos a un feliz descubrimiento: sus marcaciones más que aprisionar la actuación y la puesta, nos regalaron el encuentro con una sensibilidad distinta. Aparecen las paradojas. Los intersticios entre el texto y la acción, y otros motores fértiles para la imaginación. Las exigencias, aquí son potencias. Lo invisible sea hace existente. Con Beckett, el actuante deviene marioneta de un universo dramatúrgico que siendo totalizante, a su vez se libera de la presión psicológica y emocional convencional. Las zonas del vacío; las incertidumbres y la ferocidad de lo humano, aquello intangible, se abre. Se muestra, se devela
, comenta el director Lamberto Arévalo.
Con Roxana Berco y Eduardo Florio.