Por medio de estas imágenes (que no son otra cosa que la imagen fotográfica, la imagen cinematográfica, la imagen de interfaz digital, etc.) se nos convierte en un espectador cíclope, espectador-caballo-con-anteojeras, espectador que solo puede ver hacia la idea de horizonte. De tal manera, la superficie que se extiende infinitamente ante nosotros resulta una quimera articulada por la colección de parcialidades que están ordenadas en función del que mira: el ojo es el punto de fuga del paisaje.