El río Paraná y su delta desembocan a escasos 25 km de la Plaza de Mayo en Buenos Aires. Para todos los que viven ese majestuoso laberinto de verde y agua es “la isla” – así, en singular - como si la de cada uno fuese la única.

La mía me transporta a un misterioso y paradojal estado de distensión e inquietud. Paz y caos; goce y sobresalto. Allí, los apacibles y coloridos atardeceres se disputan trofeos divinos con las tormentas enloquecidas de verano. Los reflejos aceitosos del río adormecido contrastan con la violencia de la marejada.

El cadencioso balanceo de los juncos se opone a la anarquía que desatan sudestadas y pamperos. Colibríes y lechuzas enamoran; avispas y culebras asustan. Las pulsiones de la isla atrapan.

Son emociones en estado puro; de las que habla Deleuze cuando discurre sobre la “lógica de la sensación” en la pintura. El filósofo se refiere a un arte que debería tocar el sistema nervioso del espectador más que ilustrar una historia. Nos dice que la labor del artista es la de atrapar una fuerza y transferirla al lienzo.

Escapar de la representación para pensar el arte como acto y potencia, como experiencia estática y dinámica; no sólo como forma, sino también como sensación. Es lo que intento.

Juan Pfeifer

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Artistas: Juan Pfeifer //

Última fecha

jue

10

noviembre / 2016

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