Llegó ese momento del año. Hay cambio de planes, movimientos, rumores, todo tipo de hipótesis y confabulaciones. El lugar está decidido; faltan los invitados. ¿Quiénes vendrán esa noche y con quiénes se sentarán? ¿Tendrán de qué conversar sin que el ambiente se tensione hasta el absurdo?

La gran sala de nuestra histórica residencia afrancesada se encuentra abierta al público. En sus paredes una serie de obras de diversa procedencia, tema y estilo se acomodan queriendo imponerse sin invadir mucho a sus vecinas. Son imágenes como objetos históricos de una reunión anacrónica de la historia del arte argentino.

Como en toda familia hay parentescos evidentes y otros no tanto. A veces confunde la semejanza de uno con otro que no tiene estrictamente una herencia de sangre, pero son cosas que ocurren en los sistemas y no es raro que el menor parezca que tiene la cara del tío abuelo. Sin embargo, no hay intención de generar confusiones, por el contrario, la invitación es para abrirnos y apreciar la multiplicidad de ecos que emergen de las obras respetando su propia singularidad e intentar una manera de mirar que, en vez de apelar al pasado escrito del relato conocido, nos abra al tiempo de la memoria que es por definición dispar, heterogéneo, esquivo de la cronología.

La casa invita a una fiesta dialéctica del anacronismo como paradigma de la interrogación histórica, para abrir un vórtice espacio temporal que revele la exuberante complejidad del arte y nos acerque a la pregunta que ya nos hiciera Foucault y nos recordara Didi-Huberman en su magnífico texto Ante el tiempo (2015. 48).

¿Cuál es la relación entre la historia y el tiempo que nos impone una imagen?

De más está decir que como toda buena pregunta no pretende ser resuelta, sino dejarla flotando en el aire de la sala para acompañar con su halo esta peculiar convivencia entre un Joven con corbata de Berni y un busto herido de Verónica Romano. Que dé asilo a los dúos o tríos de constelaciones en dónde un diminuto Mildred Burton se sitúa al costado de un Surucuá de dos metros de alto, ambos vigilados por una Rosa Rosa; todos fuera de escala y estación. O cómo un Grela juega con las pequeñas Lloronas de Valeria Maculan, a su vez, primas lejanas de un Aizenberg ausente.

Entonces podrá asistir un historiador de corbata y decir que esto es un error, que es incongruente establecer este tipo de relaciones caprichosas. Pero la vida tiene momentos y lugares en donde la línea lógica se rompe, dejando entrever en el repliegue la paradoja del devenir histórico. Y en este torbellino desestabilizador lo que sobrevive es la imagen, es la obra de arte arrinconada en un caserón viejo, heredada, desempolvada en una casa de subastas y redimida en una galería de la Avenida Alvear.

La pos-vida de las imágenes, su capacidad de no morir, resucitar a cada golpe de ojo en nuevas-otras interpretaciones con la misma fuerza insurreccional que profesan y en donde se desparraman todos los tiempos históricos. En ese bucle de vacío aterciopelado en donde no hay pasado, presente, ni futuro, o acaso todos al unísono entonando una oda al enigma como el que se devela en La corrupción del tiempo de Bony. O quizás sutilmente detenido en la instantánea de ese otro cielo pintado a contra pelo del tiempo y de su historia, pintado en un eterno retorno hacia la verdad estética, una verdad que no tiene que ver con la realidad siempre sospechosa de la fotografía. Una imagen fuera del tiempo como un campo de juego disparando en todas las direcciones y ensayando asociaciones libres del canon, para reinscribirse en el presente como una pesquisa permanente.

Por ello también me di el gusto de hacer este ejercicio dentro de la propia cronología de cada artista, como rescatar tesoros del taller de Juan Astica que parecen de otro universo en donde el pintor como alquimista preparaba sus pigmentos con antiguas recetas provenientes de plantas y animales. O por qué no, exhibir un Cacchiarelli sin nombre, imagen de una serie atemporal en donde confluyen tantos y tantos legados de antiguas renovaciones pictóricas.

Del mismo modo plantear un coloquio entre dos Ocampo de distintas épocas, pero inspirados por la misma fascinación de la luz y el color; afán que comparte Julián Prebisch en su tríptico recién salido del horno justo para ser servido en estas fiestas. La casa invita, esperamos que disfruten del banquete.

Texto de Tamara Alarcón Castrillejo.

Quiénes

Artistas: Antonio Berni, Oscar Bony, Mildred Burton, Juan Grela, Miguel Ocampo, Natalia Cacchiarelli, Valeria Maculan, Verónica Romano, Elisa Strada, Juan Astica, Hernán Paganini, Julian Prebisch, Hernán Salamanco, Andrés Sobrino // Curador: Tamara Alarcón Castrillejo //

Última fecha

mar

28

febrero / 2023

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