Las bibliotecas tienen en su interior una carga de utopía que funciona como un motor a lo largo del tiempo. Se necesitan unas condiciones mínimas: que estén abiertas a cualquiera; que dejen hacer un uso libre de sus instalaciones y colecciones; que permitan a quienes las visiten pedir y hacer cosas que desean.
Con esos mimbres se puede ir más allá y convertir a las bibliotecas en reservas en donde no funcionan los intereses neoliberales más crudos. Pueden ser, también, lugares en los que se encuentren personas que piensan muy distinto y convivir alrededor de unas reglas del juego que son las del libro: podemos cerrarlo y se termina la discusión sin que haya habido bajas. Sin violencia. No hay cancelaciones porque todo el pensamiento sigue disponible para ser cuestionado, reutilizado, sometido a un anacronismo estratégico, fustigado (si fuera necesario).
A partir de ese marco, queremos mostrar el proceso vivido en una residencia artística en la que hemos creado una reserva propia, un refugio, a partir de elementos que son comunes a muchas bibliotecas: los libros, documentos en papel que no son libros, objetos diversos, seres vivos que nos rodean (las plantas, los pájaros, una gata, por ejemplo) y que a veces entran en la reserva, lecturas, escrituras, oralidades… Queremos contar una historia bibliotecaria en la que humanas y no humanas, seres vivos y materias vibrantes, interactuaremos y bailaremos juntas alrededor de un deseo (posible) de darnos espacios de seguridad y resistencia.
Disertantes: Javier Pérez Iglesias, Gabriela Halac //