Siete niñes, con edades comprendidas entre los 5 y los 7 años, se van encontrando
en la plaza del barrio luego del almuerzo. Lejos de las miradas de los adultos se
desenvuelve un microcosmos cargado de intensidad. La aparición de Julito, un
adulto con un marcado retraso metal, hace girar el momento, resaltando las
partes más tiernas y las más oscuras de los protagonistas. A través de sus juegos,
a veces imaginarios y otras veces arraigados en la realidad, estos pequeñes
exploran un abanico de experiencias que abarcan desde el amor y el sexo hasta la
violencia, la discriminación, pasando por la lucha, la resistencia y el sufrimiento.
El espectador se ve inmerso en estas dinámicas infantiles, evocando su propia
niñez, compartiendo risas con las ocurrencias sobre el escenario, y hallando eco
en algunas de las situaciones representadas. Quizás, incluso, se identifique con
alguno de los personajes.
Juegos a la hora de la siesta
sumerge al espectador en la cotidianidad de estos
niñes, permitiéndole sentirse parte del grupo, solo para luego confrontarlo con la
cruda realidad que irrumpe gradualmente en el escenario. La violencia, un aspecto
inherente al ser humano desde temprana edad, estalla en la narrativa, volviéndola
insoportable.
Esta obra se erige como un poderoso alegato metafórico en contra de la violencia,
revelando las complejas capas de la condición humana a través de la mirada de la infancia.