Carlos Herrera presenta fósiles de lo cotidiano, pero el encuentro con ellos no es sólo fúnebre sino también interrogativo y vital. Hay una pregunta por una forma de vida (el ser de las cosas y los cuerpos en el tiempo) que la costumbre, el uso y el fetichismo velan. Y esa pregunta acerca de las metamorfosis de los objetos y los cuerpos, qué se recuerda, qué se conserva de ellos y cómo el tiempo los transforma, se formula desde lo íntimo, con objetos menores de los que se ha borrado todo rastro biográfico. Lo particular, lo anónimo y lo insignificante son antes una herida de sinsentido o interrogación en la narración de la historia, que un ejemplo. Y aun así, por su propia apariencia de ruina, en estos montajes resuena también una inquietud por la civilización.