Generación Zapping

Percibir la agonía y apartarse a tiempo; sentir el pulso débil de la tierra y guardar su secreto. Este es el pacto natural entre Pablo Kontos y su imagen. Trato difícil, inmenso. Su manera de reparar en el mundo genera una clasificación minuciosa de formas inconexas. Algunas veces por azar, otras veces por convicción, su registro abarca todo lo amado: desde los juegos de niñez hasta la espesa materia con la que trabaja incansablemente en su taller. Kendra (Popy), Tripa y Flora - sus mascotas estrella- algunas fotos viejas, leones espejados, flores malditas, escarabajos disecados toman su lugar entre geometrías disímiles que desestabilizan al espectador. Es cierto, los pactos se escriben en muy pocos lugares: sólo en algo pequeño, sólo en un color. Por eso, la intermitencia de su recorrido nos ofrece un refugio sincero, una correspondencia de nombres sin tiempo donde la huida es para otros y el derrumbe se presenta como única salvación. Las obras aquí expuestas documentan un archivo personal, traen consigo la memoria de lo que alguna vez existió y hoy es desplazado hacia un lugar inalcanzable. Las líneas dejan entrever los fondos de una tipografía que no llega a convertirse en palabra, son, más bien, recuerdos de sonidos que se intercalan en diferentes capas. No hay arriba ni abajo, solo levitación de pequeños momentos disruptivos en este territorio marcado por un fuego sagrado. Aquí, objetos de distinta naturaleza circulan de manera centrífuga en la tela y se alojan en pequeños espacios de luz donde la mirada se puebla de anécdotas que se superponen unas con otras.

Kontos sabe que en esta lógica fragmentaria, basta con apretar un botón y lo que está ante nuestros ojos desaparece. En este sentido, acumular es un acto de liberación. Recortar y pegar imágenes es aprender que el mundo puede ser armado y que el tiempo es mucho más que una línea. Entre silencio y silencio la vida sigue su cauce y el pacto continúa.