Las personas no toleran la irrupción avasallante del azar, quedarse sin justificaciones trascendentes, razones, o motivos suficientes que vuelvan a ordenar el mundo.
El sistema devora todo lo que produce y regurgita todo lo que devora. Un terreno baldío en una ciudad es adonde van a parar las cosas rotas; como las restos de un barco naufragado llamado cultura, ahí se desparraman los fragmentos de objetos descartados, despojos de la actividad humana, pero que un juego de infancia llega a resignificar rescatándolos momentáneamente del olvido absoluto, del desinterés por las cosas sin uso.
En un terreno baldío mundial, digital, en red, se pueden encontrar entre otras cosas, ciertos momentos o partes de películas. No solo secuencias narrativas, sino cuadros quietos que funcionan como índices de una historia, pero también como punctum cuando la selección de esos encuadres, de esas veinticincoavas partes de un segundo, es realizada con un criterio preciso de un pintor que tarde o temprano las lleva a convivir con otras formas y colores en el plano de una pintura al óleo; y puede que sea la mano-pincel la que aglutina el sentido disperso de las imágenes.
Encuentros y desplazamientos confluyen entre tela y tela en la escena de una pintura, funcionan como pantallas de proyección en donde antes que el entendimiento de un relato particular, se encuentran las huellas de imágenes mentales conectadas por una sensación de raíz que las vuelve otra vez cosa y objeto, materia y memoria.
Texto de Pablo Ziccarello.
Inauguración: Jueves 1 de diciembre: 19 hs.
Artistas: Gustavo Navas //