En el texto curatorial María Teresa Constantin escribe sobre la obra que nombra a esta exposición: En la obra la serpiente aparece contenida en el encuadre vertical de vegetales cactáceos, ha sido obligada a ovillarse sobre
sí misma, como si se tratara de un capitel medieval donde el motivo se adaptaba al mínimo espacio asignado pero desde allí seguía advirtiendo y vigilando a los fieles. Conocimiento o maldad, poco importa, es aquí cercado por los cruces luminosos del ojo Divino. Otra conciencia despierta, otro conocimiento: el que destruye el mal...
Sobre la obra que Perrotta expone, la crítica agrega:
Para Diego Perrotta la serpiente y el dragón son excusas para hablar de miedos y temores. Son lo no dicho de lo humano (el cruce espejado), lo que acecha en la oscuridad y espera el momento oportuno para atacar. Entiéndase: aquello que preocupa al artista, lo personal pero también los abruptos vaivenes sociales y políticos en Argentina y el mundo, o los desastres
que el hombre puede ocasionar. En Bosque, nuevamente sobre fondo mondrianesco, casi como si fuera un díptico, la peligrosidad parece ser privativa de los hombres, árboles invertidos, tierra desolada cubierta de volcanes (en la obra de Perrotta conexión con el inframundo), mientras el renacer aparece profundamente sexuado, como la serpiente Baal de los antiguos cananeos, que arrastrándose, dadora de vida, fertilizaba la tierra.
“Los hombres saben que la serpiente puede tomar muchas formas… aparece en nuestros sueños, se introduce en nuestros corazones y termina apoderándose de la gran ciudad”. Viajero de los márgenes, transeúnte de mundos mágicos, pareciera que Perrotta invoca el mal para exorcizarlo.