¿Acaso se trata nada más que de una zona de abismos y volcanes en plena ebullición? ¿O tan sólo de una región de cenagales en los que nos encontramos sumergidos? Una serie de óleos son el preludio de una morada que se abre paso. En ellos las figuras humanas miran absortas la presencia del espectador y exigen, mientras danzan o simplemente posan, ser observadas. Las imágenes se ubican en un umbral, entre la presencia y la ausencia, entre lo mortal y lo eterno. El dispositivo de la ficción se luce en lo inacabado de los márgenes, en su desnudez deja al descubierto la ilusión de la representación. Nuestras percepciones construyen el escenario.