Ruth Benzacar Galería de Arte presenta la tercer exposición individual de Tomás Maglione que estará acompañada con texto de Ana Vogelfang y tomará la Sala 2 de la galería.

¿Cómo se entra al papel en blanco, pulcro, puro, prístino? Con el rastro de lo que está por fuera de toda organización, de toda moral. Basura, contaminación, lodo, grasa, excremento, saliva, escupitajo, ese polvo de estrellas del desgaste del cemento es la mugre de la calle que se posa sobre el papel y se instala. No es una mugre cualquiera, es suciedad europea.

Tomás se mudó de Buenos Aires a Frankfurt y cuando camina uniendo puntos en el mapa, como su casa y su taller, se pierde y encuentra imágenes. A cada paso, la suela de la zapatilla recoge micro-residuos y la mente recolecta impresiones que guarda como huellas en su propio laberinto. Se pierde en la urdimbre de una urbanidad desconocida, encuentra a su madre varias veces por cuadra, la ve aparecer como una señal de la locura.

La ciudad es la tinta que se imprime cuando la suela de la zapatilla pisa el papel. No es una suela especial; es de esas zapatillas que se compran y se usan hasta que se gastan. De esas que se parecen a las otras, que están debajo de la mesa cuando arriba hay cervezas y pasaportes sellados.

El Estado registra la huella dactilar porque no varía, es siempre igual, dice lo mismo de nuestro cuerpo cada vez que el dedo presiona la burocracia y se graba. En cambio, la huella de la zapatilla cambia: es nuestro estado el que la define. Entrar al taller y pisar el papel es un gesto que marca quién soy, quién soy hoy, la suela es la misma pero la huella es otra. La mugre que arrastramos en cada paseo se modifica o se organiza diferente y pisamos con más o menos fuerza, con más o menos cansancio, con más o menos convicción. A veces la pisada es más liviana.

A veces los pesares tienen más aplomo. Y así cualquier paseo se convierte en una excursión de buceo por nuestras profundidades. Mientras tanto, en la superficie, Tomás lanza una cámara dentro de una botella. Gira en vaivén entre cielo y suelo, filma el mareo, aparece él mismo en la puerta de la estación central de trenes – centro geográfico europeo y barrio epítome de yuppies y zombies. En Alemania, una botella de plástico es un desperdicio que se canjea por dinero en cualquier supermercado; cada botella, una empanada.

Tomás desconfía de su memoria y para poder ver sus pensamientos los dibuja. Usa el papel como una pizarra mágica, de esas de los 80’s que en un momento perdían un poco la magia del borrón y cuenta nueva y se iban gastando con los sucesivos dibujos y por más que se borraran, aparecían como fantasmas o marcas de agua o como hendiduras del pasado sobre el presente. Así como el tiempo pliega la superficie de la piel y son cicatrices y arrugas, esas marcas que acumula, el grafito de mina dura también hunde la celulosa del papel y produce quiebres. Él dibuja y borra y sigue y vuelve. Recrea en cada hoja un paseo.

Entre silencios repentinos, se superponen distintos planos de información: pisadas, museos en llamas, omisiones, personajes de la cultura popular, alguna frase, veladuras. ¿Qué no dibuja? Raya el papel, ocupa la superficie, hasta tranquilizarse. Gira el papel y encuentra un nuevo horizonte. Dibuja como si el recuerdo y el dibujo tuvieran la misma materialidad. ¿Qué determina el final? Nada, los dibujos se siguen dibujando de vez en cuando.

Última fecha

sáb

2

diciembre / 2023

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