La Avenida Rivadavia atraviesa como una serpiente la ciudad, que si se mira con imaginación gestáltica a través de un mapa, parece un diamante. Cuando la numeración indica siete mil, en la frontera difusa que distingue Flores de Floresta, brotan bares nocturnos de apesadumbrada cara diurna, verdulerías, concesionarias de autos y tiendas de antigüedades que por alguna extraña razón prometen menores precios de lo que en realidad ofrecen.
El taller de Fátima se encuentra por esa zona, en una casona antigua,que contiene en sus amplias y numerosas salas el aura espectral de la prosperidad de las clases medias porteñas de mediados del siglo pasado. Sobre las paredes de su laboratorio hay afiches y panfletos levantados en las luchas del colectivo feminista conviviendo con reproducciones de obras de diversos períodos y estilos de la Historia del Arte. Una estructura elíptica de metal carga, como un perchero de la calle Avellaneda, todo un muestrario de mercancías plagiadas a Gucci, Chanel, Adidas, Rolex, también un par de medias con la estampa de Ricardo Fort. Todas mercancías que Fátima compra en las calles, mantas, puestos del barrio y atesora. Todas evidencias de una industria motorizada por la réplica, la imitación, el deseo hilarante de lujo.
Están, desde luego, las pinturas. En ellas hay escenas protagonizadas por su alter ego-animé de inmensos ojos redondos, devuelta a la acción después de una gresca en la que volaron golpes y sablazos. Se retrata con la lengua bífida llevando los parches de sus bandas favoritas – She Devils, Velvet Underground, Viejas Locas – entre reproducciones de las pintoras Eugenia Sarmiento y Judith Leyster. En otras, el erotismo no es ajeno al escrutinio de ojos multiplicados y demonios envenenados. También aparece un pequeño grupo de pequeñas pinturas con aires a camafeo rococó donde nuestra Mahō shōjo - chica mágica copia y reproduce sin descanso e infielmente obras anónimas y canónicas que fueron antes replicadas, citadas en infinitas otras obras. Mientras tanto lee una cita que piensa las obras como fantasmas que esperan ser vistos porque tienen todo el tiempo del mundo y solo hablan cuando se les dirige la palabra.
Artistas: Fátima Pecci Carou // Curador: Florencia Qualina //