Para poder acceder al público infantil, los clásicos cuentos se detienen en el “vivieron felices y comieron perdices”, frase que cierra poéticamente y deja en suspenso una historia que la niñez no es apta para digerir aún.
Esa frase final nos sirve como indicio de todo lo sucedido después ya que en la corte de Catalina de Medicis, reina consorte de Francia, la carne de perdiz era utilizada para despertar el deseo sexual y fueron los españoles quienes luego crearon aquel ese eufemismo para no adentrarse en el futuro de los personajes preferidos de un ingenuo público.
Tampoco nadie se detuvo a explicar cual era la fuente de ingresos de la abuela de la dueña de la caperuza roja que vivió sola en el medio del bosque, en una casa de difícil acceso y dejando pasar a desconocidos que llegaban con notables fauces o cortantes elementos a mano.
La historia prohibida indica que no era más que un famoso espacio de sociabilidad de la época, ubicado en un lugar recóndito, fuera de la órbita del derecho y la moral, donde sucede un espectáculo que alimenta el deseo y exulta las pasiones que ni los miembros de realeza, ni los personajes fantásticos se permiten abordar en sus lugares de origen.
Una neo cabaret disidente, multimedial y sensitivo que profundiza en lo animal y te invita a no comerte el cuento.