Elocuentemente aventajado de lo que hierve en los boliches de jazz de Nueva York, Attias presenta una clínica acerca de ese arte esquivo de la improvisación.
Como corazón ineludible de parte del jazz moderno –desde el clima embriagante de la segunda mitad de los años 40 llega ese mensaje cifrado de libertad, funambulismo e inconsciencia, señal del budismo transfigurado en máxima beatnik que sugiere “dejarse llevar –, los fragmentos de música improvisada funcionan como sello de agua del jazz que aspira a cierta naturaleza trascendental y, también, como oficio oracular mediante el cual se transmite, con todas las contrariedades del caso, alguna clase de verdad oculta en lo que refiere a la profundidad verdadera de la música de marras.
Attias ha colaborado con todos, o con casi todos, como performer experto en sensibilidades de alta combustión; esa clase de cosas que dejan huella, que están imposibilitadas de huir del destino de aquello que no puede olvidarse fácilmente: la improvisación, que es un gesto frente a la comodidad de la música estandarizada, es además una fatalidad, un devenir. Attias es también un creyente.
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Instrumentistas: Michaël Attias //