Una red de símbolos ligeros se reparten el paisaje. Las escenas de los dibujos y pinturas de Claudio Pedraza no transcurren en lugares cerrados. Sin embargo, el cielo no tiene nubes. Da la impresión de que no las necesita. Las figuras flotan y desafían a menudo el orden del arriba y el abajo.
Los símbolos pueden enumerarse en orden hipnótico: el triángulo y el ojo, las manos de cangrejo, los huesos en el antebrazo, el boxeador, el elefante, el cuchillo, el martillo, el avión, el árbol, en ocasiones el cactus, el ataúd, el edificio, el animal, los gigantes y la antigua antena de televisión. Aunque sean símbolos que se podrían asociar con la violencia, en la obra de Pedraza entran en juego constante: los aviones no estallan, los edificios no se derruyen, los árboles son perennes, los gigantes no aplastan, los cuchillos levitan sin víctimas, ni el boxeador ni el martillo golpean, los huesos se doblan pero no se quiebran y los rostros con docenas de ojos nos miran sin amenazar. La variedad que ofrecen parece provenir de un mundo sin maldad, extraño y mágico en sus giros.