El mundo pictórico de Marina Daiez reivindica la fantasía pero se nutre de lo real. Su práctica artística hiperactiva incluye proyectos comunitarios como la creación de jardines vecinales, la publicación de libros de artistas en la editorial El Dije, su trabajo en el ámbito hospitalario generando actividades para rehabilitar y sanar, entre otros proyectos que la entusiasman y la enraízan en diferentes grupos de personas.

Esas conexiones nutren su obra; en sus óleos sobre tela seres traslúcidos, entre humanos y libélulas, se funden con entornos naturales, figuras y fondos participan de la misma energía entrelazada. La imaginación, para esta artista joven, es el recurso del momento para proyectar mundos mejores que nos abracen y contengan.

“Esta es la historia de nuestro mundo, cuyo mito de origen es el de un mundo plegado. Nace dual, sostenido por dos hermanas, la realidad y la ficción. Si bien la primera pareciera ser el eje que controla lo cotidiano, la segunda suele estar más adelantada para marcar el camino”, escribe el curador Javier Villa, reflexionando sobre la obra de Marina Daiez. Continúa: “El arte tiene el privilegio de ser el puente más importante entre las dos hermanas, y la materialidad es ese velo mágico que vuelve a las ficciones en cosas concretas…Nadie se atrevería a discutir que pintar es un acto político, lo que sucede es que a veces lo político suele confundirse con lo ideológico. Pintar no es una purga o una evasión, sino un dispenser de ficción para generar bienestar. La experiencia y percepción del instante creativo genera goce ante un mundo plagado de miedos.”

Daiez es una pintora que tiene el privilegio de haber encontrado un lenguaje propio desde muy joven. Se mueve entre dos paletas de colores extremas: los pasteles, que no son otra cosa que modulaciones del blanco, y los tonos profundos como azules y negros. El manejo de los tonos pasteles le permite fluir. Ella explica que cuando se trata de esta gama de variaciones del blanco, el mínimo cambio o adición genera un efecto potenciado. El resultado es la luminiscencia de estas obras, que provocan un titilar del ojo, reforzando el clima mágico.

En la muestra hay una serie prolífica y lúdica de pinturas que se transforman en altorrelieves realizados con una técnica ideada por Daiez. La artista recoge elementos encontrados en el entorno urbano o natural y los incorpora a la superficie, luego la recubre y homogeiniza con una mezcla de masillas y finalmente la pinta con óleo.

Coronando la sala de planta baja, una gran obra de un ombú luminiscente. En palabras de la artista “ésta es la pintura más argentina”. Una versión detallista, mágica e idealizada del símbolo natural del país que podría leerse como un deseo luminoso para nuestro futuro compartido. El ombú es un árbol usado para el descanso a su sombra y no para fines productivos ya que su madera es hueca, a la artista le interesa la referencia a este potencial social del ocio.

Además de las pinturas, en la exhibición están los objetos destinados a los físicos de los visitantes: la hamaca que acoge y restaura, la escalera de subsuelo que trepa a lugares imaginarios, los pufs/personajes. Esta instancia performativa del público, que potencialmente modifica la experiencia que cada persona tenga de la muestra, es central en la obra de Daiez y se relaciona con su trabajo de brindar experiencias sensoriales en contextos de diferentes comunidades.

El título de la muestra es un homenaje a su tía abuela, Margarita Rosa Waisse, una especialista en literatura francesa, muy cercana al circuito del arte, que trabajó enseñando literatura fantástica a adolescentes. En sus escritos hacía una oda a la fantasía como un espacio para imaginar nuevos mundos posibles. Margarita fue desaparecida durante de la dictadura militar. A través del título, Marina Daiez la invoca como genealogía y guardiana de su muestra, “como una antepasada que me hace más libre”, en sus palabras.

Quiénes

Artistas: Marina Daiez //

Última fecha

sáb

11

mayo

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